Familia Enrique Talg

Salvador García Llanos: ¡Hasta siempre Enrique!

Foro de Turismo Alternativo y Sostenible, Centro de Iniciativas Turísticas, Icod de los Vinos

Nos preguntábamos, la misma tarde de su fallecimiento, si Enrique Talg habría sido el último romántico. El maestro, Juan Cruz, lo destacó luego, en la emotiva glosa que escribió en «El País».

Meses después, la cuestión tendría una respuesta afirmativa: pues claro que Enrique respiraba por todos los poros ese aire sentimental, generoso y soñador reservado a quienes abrazan, a su modo, causas nobles distorsionadas o incluso anuladas por el predominio del materialismo egoísta o consumista.

Aquella tarde, aturdidos aún por la pérdida inesperada – era de las personas que uno cree que no se van a morir nunca -, con los recuerdos acumulándose en la pendiente de la memoria, los perfiles sobresalían de inmediato: era de los que gustaba oír, de los que atendía, el que no se descomponía cuando escuchaba halagos o tenía que recoger alguna de las distinciones que otorgaban a su establecimiento.

Era esa personalidad singular que terminaba ganándose el respeto y la simpatía hasta de quienes menos le conocían o, al revés, sabían de su perseverancia en aquellos asuntos que eran recordados o cobraban más trascendencia, entre otras cosas, por la misma constancia.

Desde que uno le conoció – llegó a jugar de portero en aquellos celebres partidos de fútbol entre los hoteleros que figuraban como un numero de las Fiestas de Julio – hasta la ultima vez – “así me gusta, que estés siempre al lado del pueblo”, me había dicho en un acto publico en el que habíamos coincidido unas fechas antes – tenia el mismo aspecto, igual talante: grandullón y bonachón, amable y dicharachero, predispuesto y respetuoso.

Y en medio de su gran pasión, el turismo, tantos y tantos episodios: las estancias en FITUR; la visita de Sus Majestades los Reyes cuando la inauguración del Astrofísico – allí estaba Enrique con su impecable esmoquin -; el nacimiento y la desaparición del Festival de la Canción del Atlántico; las galas de clausura del Festival de Cine Ecológico; los actos de entrega de premios al “Tigaiga”, su hotel, donde asentó un pequeño gran imperio, forjado – con sus descendientes y empleados – a base de esmero y de sensibilidad, de tesón familiar y de valores humanitarios que asoció siempre a la diligente y cualificada prestación de servicios. El imperio del buen gusto, de lo coqueto, de la amabilidad.

Aquí habría que consignar su activa pertenencia al Club 13, un selecto elenco de empresarios y profesionales, que se reunían a almorzar los trece de cada mes para hablar no de sus cosas, de sus tiempos mozos o de los comienzos de la industria en la localidad y en la isla, sino que lo hacían para analizar el sector y su evolución desde el ángulo de su experiencia, que allí destilaban en notable cantidad.

Enrique, que nos obsequio con su amistad, hecho que agradecimos profundamente y al que siempre procuramos corresponder, nos había invitado a esos almuerzos en la que ejercimos la alcaldía del municipio. Se había preocupado personalmente de que compartiésemos aquellos ratos, en nuestro caso, desde luego, para aprender.

Al calor de esa amistad, por cierto, brotó aquella inolvidable entrevista con Gerhard Schröder, el canciller alemán. Enrique la posibilito en el hotel con la discreción que le caracterizaba. Le explicó a Schröder lo de la insólita censura en el Ayuntamiento en 1995. Después de atender nuestras explicaciones suplementarias, Talg, medio atónito tradujo la pregunta del canciller:

– ¿Qué clase de Ley es ésas que establece que con el 42% de los votos no se pueda gobernar?

Su otra gran pasión: la naturaleza. Sus excursiones, sus largas e incansables caminatas, los recuerdos de Baeza y de Jordán, su porfía por la “Ruta del sol”, su empeño en no dejar abandonado a su suerte el barranco de “Tafuriaste”…

En cierta ocasión pido que le explicara y le repitiera una frase: “El adecuado y cuidado uso de los recursos naturales”, le dije. Aquel gesto típico suyo, aquel ligero movimiento de cabeza, “ya comprendo” era la señal de haberla entendido por fin: “Es que más breve no se puede decir más cosas”, respondió cariñosamente.

Y así iba dando la tabarra, en reuniones y cenáculos. Con sus senderos – hablaba tanto de ellos como veces los pateó – con sus jardines, con sus especies, con la limpieza obsesiva, con el pueblo de sabor marinero que tanto amó y tanto promocionó…

Había que escucharle. Sencillamente porque él, con humildad, también ponía atención a los discursos de los demás, aunque fueran plúmbeos o estuvieran cargados de tecnicismos y retórica inútil.

El adiós súbito de Enrique Talg coincidió – lo que son las cosas – con la conmemoración del Día Mundial del Turismo. Hoy, a la sombra del Drago, evocamos su figura y su contribución al sector turístico así como la que le acreditó con hechos, pegado al terreno, a favor de la naturaleza y el medio ambiente.

Lo hacemos en un Foro que nace con vocación de tratar y contrastar las tendencias de un turismo que sigue ganando apellidos: alternativo, sostenible…
Precisamente de éstos habló Talg, mejor dicho, los practicó cuando la mayoría andábamos en otros menesteres más prosaicos.

Lo hacemos como él hubiera deseado: con nostalgia, claro, pero también con alegría, porque Enrique nos quería a todos así, desenfadados, animosos y entusiastas.

O sea, las virtudes que adornaban su existencia. Las virtudes de un romántico que se fue y al que nosotros decimos

– ¡Hasta siempre, Enrique!

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