Don Enrique Talg Schulz
¡Ay, mi Orotava! Anécdotas, curiosidades e historia de nuestra Villa
Por Francisco Tray Bousuño 15 agosto 2022
En su obra, “Antes de que se acabe el tiempo de escribir” – editada por el Excmo. Ayuntamiento de La Orotava en 2006 -, don José Luis Sánchez Parodi, nos relata sobre el epigrafiado, y nos dice que:
Había tomado posesión del Juzgado de La Orotava cuando, a poco tiempo de estar en él, se presentó, en juicio de desahucio por expiración del término contractual, una demanda que interponía el Cabildo Insular de Tenerife contra el arrendatario(inquilino) del hotel “Taoro” don Enrique Talg Schultz, demanda que firmaba el letrado don José V. López de Vergara.
Convoqué a juicio verbal y se personó el demandado, bajo la dirección del letrado don Manuel González de Aledo; por tanto, dos de los principales “espadas” de la abogacía que entonces ejercían en la isla, participaban en aquel importante litigio. La demanda era breve, escueta, y si mal no recuerdo, venía desarrollada, en una extraordinaria y ejemplar síntesis, en folio y medio.
Llegó el día señalado y comparecieron ante mí las partes. Yo era terriblemente formalista, gustaba de aplicar rigurosamente la ley procesal, y había tiempo sobrado para hacerlo, porque, aunque el trabajo no faltaba tampoco era agobiante. Nos constituimos todos con el traje forense (traje de color negro, a la sazón, y con seguridad, los abogados con birrete, gorro plegable, octogonal, y de color negro) en la Sala de Audiencia y, tras ratificarse el demandante (actor), concedí la palabra al demandado para que contestase la demanda: entonces, el señor Aledo comenzó a dictarle al oficial, sentado a la máquina. Ya sé que es una contradicción legal el que, tratándose de un juicio verbal, hubiera de copiarse literalmente la contestación, pero la realidad es que no podía resumirse, pues los letrados podían sostener que se les mermaba el derecho de defensa, un principio elemental del litigante, que todos respetábamos, pues ya supondrán que tal principio no es una creación de la actual Constitución. La parte demandada dictaba y dictaba, y así estuvimos más de hora y media hasta que suspendí para reanudar el juicio a la siguiente semana, sin que el señor López de Vergara retornase más, ya que envió a su sustituto. Proseguía el señor Aledo acumulando hechos y documentando doctrina, y en cada sesión semanal su atronadora voz sonaba en los pasillos y mis oídos, obsesionados, repetían como un eco infinito: “Talg Schultz”, “Talg Schultz”. Por fin, lo que el señor Aledo perseguía y, ocultaba, era lograr un arreglo entre las partes, antes de que se dictase sentencia, y así fue como resolvieron el pleito los dos litigantes (demandante y demandado): mediante acuerdo pactado.
Tiempo después tuve ocasión de conocer personalmente a don Enrique Talg. Era don Enrique un alemán de poco más de cincuenta años, alto y robusto, de ojos claros, afincado en la isla y dedicado siempre al negocio de hostelería. Tenía todas las cualidades típicas de un buen alemán: organización y disciplina, seriedad, espíritu de trabajo y sacrificio y estaba dotado con un gran don de gentes y poder de captación. Ejercía su autoridad, sin ser autoritario, y sugería más que mandaba, hasta el punto que yo lo encarnaba en la línea de los alemanes diplomáticos que, en la línea militar, tan querida en un tiempo por muchos germanos. Conocía su oficio como nadie, y, pionero del turismo en la isla, tenía la habilidad de convertir el hotel en hogar familiar del alojado, que se sentía como en su casa, cómodo y relajado, sin experimentar las dificultades y extrañezas de una vivienda ajena. Esto daba lugar a que sus clientes repitieran todos los años su visita, como si de una gran familia se tratara.
Por aquel tiempo, los abogados, procuradores y funcionarios de los juzgados de La Orotava nos reuníamos los 15 de septiembre, fecha de apertura de los tribunales (apertura del año judicial), a almorzar en un hotel de El Puerto de la cruz. Siempre Leocadio Cuevas Felipe, un querido letrado de la Villa, era el que organizaba, para lo cual se ponía en contacto con don Enrique, que entonces llevaba el hotel “Martiánez”. Allí nos congregábamos más de cincuenta personas, y a mí me parecía que don Enrique destapaba todos los conocimientos del arte de Lúculo y Pantagruel, que hubiesen quedado satisfechos con aquellas insospechadas magnitudes de almuerzos inacabables. Alguna vez, entre plato y plato, yo me acordaba de Brillat-Savarin, aquel genio culinario francés, en el que se daba la coincidencia de que fuera juez de profesión.
Ahora, cuando El Puerto de la Cruz es un emporio del turismo y hoteles-rascacielos pueblan sus horizontes, evoco la figura de este alemán que, con un español pronunciado con especial acento, y con esmerada educación, nos abría, de par en par las puertas de su hotel, para hacernos grata la estancia como una silenciosa y atrayente invitación a que un día retornaras. Y por los vahos de mis recuerdos, donde se iluminan los jardines del “Taoro”, o una fuente de agua del “Martiánez”, todavía me parece verlo, dinámico y reposado, sugerente y amable, caminando, despacio, atento y obsequioso, y con una leve sonrisa de despedida entre los labios, como si dijera un hasta pronto>>.
Ida Wyss falleció el 30 de noviembre de 1933. Se había casado en Santa Cruz de Tenerife, en el consulado alemán, con Enrique Talg el 1 de noviembre de 1923. Veáse la prensa del día siguiente a las fechas mencionadas. Agustín Miranda